martes, 6 de enero de 2015

VULNERABLE

El pasado mes de septiembre abrieron al lado de mi casa el que supuestamente es el mejor gimnasio de Europa, con piscina cubierta reglamentaria incluida. Para hacerse una idea del interés y la popularidad que el citado inmueble despertó entre los vecinos de Chamberí, sirve el dato de que tuvimos que apuntarnos casi con un año de antelación.

El caso es que cuando el nuevo gym abrió sus puertas yo estaba justo con los chutes de la quimio fuerte, así que ya no tenía fuerzas para salir a correr. No se si he comentado en algún otro post cuanto me gusta nadar y lo bien que se me da (modestia aparte). Por eso empecé a ir a la nueva piscina religiosamente tres o cuatro veces a la semana.

El primer día se me planteó un dilema en el vestuario a la hora de cambiarme el turbante por el gorro de nadar. Estaba completamente pelona y no quería ser el centro de todas las miradas. Así que me metí en uno de los pequeños cubículos que hay para que se cambien las "vergonzosas". 

Nunca he tenido problema para cambiarme en los vestuarios públicos. Y no es porque tenga un cuerpazo de escándalo (todo lo contrario), sino porque nunca he tenido el más mínimo pudor. Pero lo de no tener pelo en la cabeza es otra cosa. Eso sí que genera inseguridad.

Al final le cogí el tranquillo a aquella forma de cambiarme y disfruté de mis sesiones de natación hasta la operación.

Ayer volví al gimnasio después de casi dos meses. Es difícil describir la alegría que sentí de volver a la normalidad. Algo tan simple como ir al gym significa que me he recuperado bien de todas las perrerías por las que he pasado. 

Entré en el vestuario y pensé ¡qué bien, ya tengo pelo y ya no me tengo que esconder! Pero cuando me estaba desvistiendo me di cuenta de que tengo un pecho con una cicatriz que lo atraviesa, que no tengo pezón y que mis dos mamas son completamente diferentes. Me dio vergüenza y me fui al vestuario individual.

Es increíble lo vulnerable que te vuelve esta maldita enfermedad. 

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